Un mandarín estaba enamorado de una cortesana.
«Seré tuya, dijo ella, cuando hayas pasado cien noches esperándome sentado sobre un banco, en mi jardín, bajo mi ventana». Pero, en la nonagesimonovena noche, el mandarín se levanta, toma su banco bajo el brazo y se va.
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-Yo sabía que tenía que decirle noventa y nueve noches. Los hombres no tienen suficiente paciencia, pobrecitos.
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